domingo, 19 de junio de 2011

hasta que llegue a casa

La codicia se vuelve inofensiva cuando no hay nada por ganar. Se desentiende el trofeo de su competidor, del ambicioso torpe que elucubra estrategias destinadas a la nada porque no conducen a la meta, porque son harina de otro costal. No tiene la culpa la codicia de ser flauta muda en manos del encantador de serpientes. Ponzoña en los tejidos, sal en la arena, hielo en el alud; tu boca que pasa en record sin articular palabra.

La ciudad se echa a rolar sobre una poltrona de pólipos y fumones, gritos y susurros, recuperaciones y alargues, camas muertas y cuerpos reyes. El parque automotor es un sinsentido ciudadano, inflamado por ediles que explotan estacionamientos mientras en las calles no cabe un vehículo más. Lucro de los hurtadores, dolo de los mendaces; si liberaran las arterias Rosario respiraría mejor.

Yo respiraría mejor sin smog en las venas, con mi boca en eje así como mi pulsión.

Pasás a tempo record, tu sombra dura más que vos, y un sol de mercurio miente que amanece.

Nada va a cambiar del todo y para siempre si no entresaco lo precioso de lo vil, la paja del oro, la humedad del aire, la grasa de la fibra, el colesterol de la salud, tu sueño de mí.

La ciudad soporta mercenarios y nosotros seguimos durando sin reaccionar ante tanta gracia, tanta luz, a océanos de diferencia con esas tierras donde no hay campanadas sino bombas, explosiones en lugar de palomas, aguas negras en lugar de diplomacia y cortesía. La guerra. La idiotez no tiene la culpa de ser mantenida por habladores sin palabra.

Puedo saltar hasta batir mi record, madurar a los golpes porque si no no aprendo, tener la certeza de elegir el trigal aunque el oro despegue a otra madurez. Estrategias fuera de lugar, trofeos desinformados, no sé si sabrías qué hacer con mi ambición, no sé hasta cuándo alimentaré a la bestia.


Curso en el aire enseñándome a volar, vuelo de sangre, hasta que llegue a casa no voy a parar.

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