sábado, 9 de marzo de 2013

al acecho

Si una vez el volcán lo arrasó todo, todas las veces puede arrasarlo también. Si una vez te pude dar de baja, todas las veces puedo velarte lo que una respiración y después reiniciarme firme, recuperado, sin miedo a regresar a la pelea. Tiritar es una sensación, mi condición no es el temblor.

Yo vi tu boca llenarse de humo, yo vi tu humo disiparse porque eran de luz tus palabras, yo vi tu luz -roja- encenderse y apagarse como una precaución en la noche, yo vi tu noche desmoronarse como una casa de arena ante el embate del mar.

Ningún océano drena a través de la celda de un panal. Después de traspasar los límites, el equilibrio se vuelve casi innato y va apagándose la sedición contra la autonomía. Estoy hablando de hacer un hueco en la tierra y plantar una semilla nueva, o recuperar la primera que aún sigue siendo perfecta.

En la ciudad todo se quema. Las arterias están escritas con tus variaciones, cinco líneas como calles enardecidas, cómodas para nadie, irresistibles para miles. Allí circulan frenéticos e intuitivos, mansos y desaforados, negados y perceptivos, crípticos y feligreses. En tus punteos circulan todos, todos los que vos quieras, los que te sintonizan, ninguno que te sea ajeno. Blues del rottweiler estremeciendo la madrugada, escalofrío unimembre tan real como el deseo, alineación y balanceo de un motor impronunciable, una mole de hierro más enorme que el desprecio.

Si una vez el volcán lo arrasó todo, todas las veces puede arrasarlo también. Si una vez te pude dar de baja, ya sé que la debilidad es desinformación. Ansiar es una sensación, mi condición no es la del pordiosero. Blues del rottweiler gruñendo su estocada gutural.

Nunca soy yo cuando metés el dedo en la llaga, nunca soy dócil cuando me escupís en sangre, nunca nadie me mata dos veces. Pero la noche avanza, mientras algunos se mueren y otros se matan, unos pulsan a tiempo el stop y a otros no les queda instante para resucitar. Lamiendo el borde, las puntas, las espuelas, la grey ruega por ellos mismos pecadores a esa hora, la hora de su redundante muerte; y un espíritu está allí, blandiendo el mástil, exprimiendo seis cuerdas, pellizcando clavijas, disparando riffs como la artillería del hipnotizador. La serpiente en tus pies cobra una vida que no tiene.

Pude ver el talismán a tiempo, pero tus ojos ya habían impreso el tatoo. Fiera de pelaje rojo, sola en la sabana, chorreando alquitrán. Ángel blanco, polizón del agua bendita, merodeando liturgias para experimentar su imposible transubstanciación. Sosiego ralo, calma rapada, arrasamiento de cualquier confianza. Esta noche la city no tolera no vengarse.


Un hombre al acecho es peor que el asesino.

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