Cada quien es administrador de su derecho a la libertad y la libre
expresión.
Algunos textos que personas publican en sus muros de Facebook pueden dar
la misma sensación que antiguas viñetas: casas ideales, familias ideales,
vínculos ideales, vidas ideales. En días especiales como aniversarios y
cumpleaños -ni hablar en días de defunción-, personas parecerían quedar
recubiertas por una laca de integridad, un esmalte virginal. Y surgen
preguntan: ¿Por qué publicar en una red social -que muchos ven y leen- palabras
para afectos que están dentro de la órbita íntima? ¿Por qué decirle algo
privado y personal a alguien, de lo que sólo esa persona es destinataria, en
una plataforma de lectura masiva? Así como lo que la televisión muestra es una
versión de la vida, un recorte de la realidad, así también Face. Tal vez seamos
más mediáticos de lo que percibimos, tal vez tanto reality y farandulización
nos haya impregnado más de lo que llegamos a discernir.
Mostrarlo todo. Contarlo todo. Desnudarlo todo. Vivir para exhibir.
Cada quien es administrador de su derecho a la libertad y la libre expresión;
cada uno siempre tiene chances de negarse a lo playo y remontar vuelo hacia una
vida de mayor calidad. Lo íntimo a la intimidad, lo privado a la privacidad, lo
secreto a lo secreto, y la invalorable lucidez de comprender que el amor
sobrevive a los defectos del ser amado y del ser que ama.
No hace falta idealizar porque el amor es la coraza ante la decepción, el
arma ante la mezquindad y la falta de reciprocidad, el sentido que llena la
vida y nos dispone un arsenal de recursos para perdonar, arrepentirnos, pedir
perdón, dialogar con madurez, abrazar, entendernos mejor y volver a empezar.
Nadie que amemos precisa nuestra idealización, tampoco nosotros
precisamos ser idealizados. Los muertos no fueron perfectos, los vivos tampoco
lo somos, sin embargo todos fuimos creados merecedores del amor. Y hay hechos
inconmensurables que son tales porque son sólo compartidos por aquellos que se
quieren tanto.