jueves, 23 de febrero de 2012

siempre, los mismos

Siempre, los mismos. No, los que firman planillas; no, los que dan el Ok. No, los supervisores, los jefes de departamento, los voceros. No, los directores, los gerentes, los que se la pasan tomando café. No, sus esposas; no, sus amantes. No, los que hace años que cobran sin que les incomode ser parásitos. Tampoco, los que llegan al rango mayor atropellando colegas. Mucho menos, los ediles, los diputados, los senadores, los jueces, los embajadores. El magnicidio jamás viaja en tren. Acá siempre se mueren los mismos. Los morochitos, los que hacen changas, la señora que limpia, los operarios, los hacinados, los anónimos… ¿Anónimos? Tu esposo, tu novia, tu amigo, tu prima, tu hermano, tu hija, tu viejo, el loco que juega con vos al fútbol, la chica de la fotocopiadora. Vos. Y para el diario, la policía, la estadística, sos un número. Y para el mandato, la política, los estadistas, sos un número. O una bandera a media asta. ¿Y hasta cuándo? Hasta la próxima vez, hasta el próximo tren en que te vuelvas a morir. Porque acá siempre se mueren los mismos… esa gente que no se sabe por qué tiene la maldita costumbre de morirse todo el tiempo. En un estadio, un concierto, un par de islas, una ruta, en otro tren. Los números no tienen familia, ni changas, ni amigos. Acá no se mueren los números, acá siempre se mueren los mismos.