Declinamos beber el zumo de los hierros, preferimos dejar pasar como
jugo al aceite industrial, nos refresca algo más ligero que el residual que
arrojan fábricas y motores. Nuestra sed se sacia con agua, imprescindible
caudal primordial, transparente e insípido, fresco y liviano, que no destilan
las automotrices y que en el río verdadero corre como la lluvia desde el cielo.
El excedente de las turbinas y las hélices no nos refrigera. Tomamos
agua para cuidar el cuerpo, la bebemos para vivir a largo plazo, la agradecemos
porque no es nuestra ni podemos producirla. El agua querida es enemiga de los
deshechos estructurales y no fue creada para faltarle a nadie.
La polución no genera salubridad, el fruto de un árbol sólo corresponde
a su raíz. Para ser alguien en la vida hace falta ser exacto.
De una misma corriente sólo sale a borbotones una misma sustancia, un
mismo elemento neto que besa la tierra en un fiel romance geológico. Una sola
agua de un mismo río, un único fruto de un mismo árbol, soy un hombre de una
sola raíz aunque fructifique los opuestos: antorchas y malezas, abrazos y
virutas, cobre y resaca, lo precioso y lo vil. Nací de un solo origen, lucho
contra el monstruo que miente habitar en mí. Soy hombre de una sola raíz, un
gospel desesperado que suena afinado y profundo en el pozo de la noche y
destruye los barrotes de la celda, el barro pegado en la visión, las barras que
insultan desde las más populares gradas, la canción que barre la mudez, que
provoca el grito, que destituye todas las acusaciones venidas del infierno. No
me preguntes por qué ni cómo funciona, porque a veces ni siquiera me reconozco
dual; pero aunque germiné de una semilla única manifiesto reacciones propias de
un mutante. Soy un hombre y no una bestia, soy persona y no un demonio, soy de
fiar y no el diablo.
Entremos al bar, pidamos más vinos, choquemos los copones brindando por
Dios, porque tengo empatía con él, y jamás me ahuyenta, y me incentiva siempre
al esplendor.
El agua nos es indispensable. Dios, aún mucho más.
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