A veces estoy afuera de todas y cada una de las
partes del todo. Habito una vibración paralela, escribo una canción en otra
clave: ni Sol ni Fa, un principio factible aunque no demostrado, un hit
recóndito, propio de batallas educadas, de guerras pulcras e imperceptibles,
libradas a los gritos en el diámetro de un latido, o en el recinto de un
susurro. Puedo viajar altísimo sin siquiera pisar el hangar.
Vengo de antes hasta aquí, perforando el desierto,
la nada, el compost; taladrando el asfalto hirviente -donde no hay chances de
aire-, para encontrar el arroyo subterráneo, ese río latente que pide por mí.
Tengo tu agua esperándome y sé que no se muere aunque yo insista en ensayar
ocasos de salón. Nadie está en el todo sino está en vos.
Conviene saber dónde está uno, sobre todo conviene
saber dónde estás vos.
Y entonces, cuando llego a tu agua, a ese tremendo
manantial tuyo, agitado por ángeles que descorchan cabernets, soy habitado por
lo sagrado y en lo sagrado rebroto. Ya no soy un inquilino en tu casa, no hay
más expensas, ni necesidad de rejas ni hierros porque ahora los escorpiones
juegan inocentes con los corderos.
Soy escorpión y soy cordero, inquilino y
propietario, deshabitado y habitante, un antropólogo de acequias anhelante de
tu agua. Soy el que viene y el que fue, tu hijo y tu aprendiz, el que te cree y
un obrero por tu agua.
A veces deshabito todas y cada una de las partes
del todo. ¿Quién acerca un poco de disposición para intentar comprender?
Compañía por entendimiento, disposición por aplausos, un abrazo por un sermón,
un jolgorio de agua por un velocímetro hecho crash.
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