Gracias.
Por tu presencia cotidiana, por el consuelo, por la llama que nunca se
apaga. Ni por necesidad ni por obligación, me nace agradecerte porque sin vos
en nada soy solvente. Gracias porque tu rueda sigue girando para mí y en tu
esforzada dedicación el amor cubre multitud de faltas. Vengo desde la otra
costa, una rada temida que más que un temor es un gran osario. Han quedado ahí
millones de vasijas rotas, pedazos de gente a quien le costó creer que vos
también podías con ellos.
Gracias.
Porque no nací para morirme de miedo.
Porque tu aceptación me hace libre de ser transparente. Es tan
imprescindible que me sigas formando, es tan indispensable que tu esperanza
siga alimentando mi mente, mi cerebro, mis pensamientos siempre, en especial
algunas noches, o alguno s días libres cuando el mundo parece colmarse de las
horas más largas del tiempo. Gracias, simple. Gracias, llanura de trigo sobre
la que corremos con todo el pelo al viento y en la aventura amarilla están
todos porque ninguno se perdió.
Una meseta y las montañas, casa de antes abierta al suceso presente y el
porvenir, mesas mediterráneas y tu paternidad inspirando a otros padres, que
maduran como la mañana, que se arrepienten, recomponen y siguen de pie.
Llanuras, mesetas, montañas, el océano y el mar y ya ningún desierto. Gracias
porque hoy es real que llevamos una vida juntos.
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